De la luz; nace el horror: Midsommar



La tragedia familiar precede los dos trabajos de Ari Aster.  Su ópera prima,  ‘Hereditary’ exploró los amargos vínculos entre padres e hijos e incluye  muchos momentos realmente perturbadores.  En ’Midsommar’ —aunque no es una secuela directa— analiza los mismos temas de dolor y trauma en lo oculto; la podredumbre secreta inefable en la entraña consanguínea que se consuma brutalmente descollante para presentar el horror de una manera única y exhuberante que se enconde en la aparente claridad de su cinematografía y se contrapone al mismo tiempo en un oscuro cuento de hadas contemporáneo; el cual expone relaciones codependientes y tradiciones ancestrales que desembocan en tragedias dantescas. 




El filme muestra la estilizada estética llena de composiciones pictóricas, tomas largas y movimientos fluidos de cámara que muestra una meticulosa producción acompañada de un hermoso vestuario diseñadas para atraer lentamente a una pesadilla. Al igual que Kubrik o Wes Anderson,  se adentra en la simetría; geometría y las artesanías caprichosas pero sobre todo en orgías vocales y coreografías vertiginosas que exprimen formas habituales de incomodidad para asegurar la expectación; un radiante homenaje a The Wicker Man’. 



De “ruptura operística”; de fulgente pulcritud;  parteaguas en el nuevo cine de terror contemporáneo que nada tiene que ver con el clásico de tintes lóbregos. A diferencia, este, no proviene del miedo. No se involucra con la atracción maligna y atávica del paisaje como lo hacen los filmes de terror popular.  Aquí el sol es el verdadero rey, la luz, preludio de que el verdadero pánico ominoso está por comenzar.  Esta claridad crea un cóctel tonal que deja al público con un desazón discrepante que revuelve el estómago. El malestar no será fácil de curar. Aster, sorprende nuevamente con oficio absoluto en un camino que lo perfila para ser unos de los nuevos maestros del horror del siglo XXI.




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